Cuando no haces nada, todo se ordena

Hay días en los que, por más que lo intentes, nada fluye. Las ideas no vienen, los deberes se amontonan, el cuerpo se resiste y la mente no para. Entonces aparece esa vocecilla impaciente: “Venga, espabila. Haz algo. No te estanques. No te rindas ahora.”

Pero… ¿y si rendirse no fuera derrota? ¿Y si soltarlo todo —por un rato, al menos— fuera una forma profunda de confiar?

Cada vez lo veo más claro: descansar es una oración sin palabras. Es decirle a la Vida: Confío en ti incluso cuando no entiendo nada. Confío en que me sostienes incluso cuando dejo de empujar. Y eso no es rendición pasiva, sino una rendición activa y poderosa. Es la rendición del alma que ha probado mil veces el esfuerzo, y ahora elige otra cosa.

Recuerdo un día reciente en el que me sentía abrumada. Tenía mil cosas pendientes, y ninguna energía para hacerlas. Y en lugar de forzarme salí a dar un paseo. Cerré los ojos, respiré profundo y dije en silencio: Jesús, tú diriges. Yo suelto. No pasó nada espectacular… al principio. Pero al día siguiente, todo estaba más claro. Las decisiones se tomaban solas. Lo urgente había dejado de parecerlo. Algo, en mí y fuera de mí, se había recolocado.

No hacer nada puede parecer inútil. Pero en ese espacio vacío es donde la Gracia encuentra hueco para entrar.

A veces creo que la verdadera abundancia es esa: poder dejar de hacer y seguir sintiéndote sostenida. Poder soltar el timón sabiendo que el barco no se hunde. Que la Vida no necesita que la gestiones tú. Que lo que tiene que ser, será. Y lo que no… también.

Así que hoy, te invito a probar algo radical:

Déjate en paz.

No resuelvas nada. No lo entiendas todo. No te analices.

Respira. Mira el cielo. Métete en la cama sin culpa. Sal a dar un paseo.

Confía en que, incluso en el aparente vacío, todo se ordena.

Porque a veces, lo más poderoso que puedes hacer…

es no hacer nada.

Gracias por acompañarme.

Feliz día.

Iciar