Enseñar paz

Durante años creí que la única forma de que alguien cambiara era que sintiera lo mismo que yo había sentido.

Si me habían hecho daño, mi mente decía: “Que prueben su propia medicina, así aprenderán.”

Parecía lógico, parecía justo… y durante un tiempo, incluso parecía que funcionaba.

Pero con el tiempo he descubierto algo importante:

el dolor no enseña, solo repite la lección.

Cuando uso el dolor para “enseñar”, lo que realmente estoy haciendo es reforzar la idea de que el mundo es un lugar de ataque y defensa.

Me convierto en aquello que quiero que el otro deje de ser.

Y aunque mi entorno parezca cambiar, mi corazón sigue en guerra.

El Curso de Milagros me recuerda que la meta no es cambiar al otro, sino liberar mi mente.

¿De qué sirve que el mundo se quede en silencio si yo sigo llena de ruido por dentro?

¿De qué sirve que el otro entienda su error si yo sigo atada al mío?

La verdadera enseñanza ocurre cuando elijo la paz para mí.

Cuando ya no necesito que el otro “pague”, ni que entienda lo que hizo, ni que actúe de otra manera para que yo pueda descansar.

Cuando suelto la espada, no por el otro, sino por mí.

Entonces mi paz se convierte en el recordatorio más poderoso para los demás.

No les enseño con reproches, ni con castigos, ni con venganza… sino con mi ejemplo silencioso.

Porque la paz es contagiosa, pero no desde la lucha, sino desde la rendición.

Hoy mi oración es esta:

Jesús, elijo dejar de enseñar a través del dolor. Enséñame a enseñar a través de la paz. Ayúdame a soltar la necesidad de venganza y a descansar en mi invulnerabilidad.

Y después sonrío.

Porque incluso esta situación —que antes parecía una batalla— es en realidad una puerta de regreso al Mundo Sencillo, donde ya no necesito defenderme de nada.

Feliz día.

Iciar