La suavidad como camino
- Iciar Piera
- 21 abr
- 2 Min. de lectura
Hay días en los que todo dentro de mí quiere apretar. Resolver. Empujar. Corregir lo que no encaja. Mejorar lo que aún “no es suficiente”.
Pero hoy, Jesús me ha susurrado algo distinto.
Hoy me ha mostrado una puerta nueva.
No está hecha de esfuerzo. No tiene cerradura.
Está hecha de suavidad.
La suavidad como camino.
La suavidad como respuesta.
La suavidad como forma de recordar quién soy.
Porque no es en el ruido donde encuentro a Dios.
Es en el susurro.
No es en la lucha donde despierto.
Es cuando me rindo con dulzura.
No es al corregirme que crezco.
Es cuando me permito ser, con amor.
Jesús me recuerda que no tengo que endurecerme para protegerme.
Que no necesito entenderlo todo para confiar.
Que no hace falta gritarme para avanzar.
Lo que necesito es aflojar.
Aflojar la mandíbula.
Aflojar el juicio.
Aflojar la expectativa de llegar a otro lugar.
Porque el Amor siempre ha estado aquí.
Esperando a que yo deje de correr.
Esperando a que me siente, me abrace y respire.
Esperando a que me trate como Él me trata:
con infinita ternura.
Así que hoy, eso es lo que elijo.
Elijo la suavidad.
No como huida, sino como un acto de fe.
No como debilidad, sino como la mayor fortaleza.
Y desde ahí, comparto esta oración que brota desde lo más hondo:
Jesús, enséñame a mirar como Tú.
A hablar como Tú.
A caminar con la ligereza de quien sabe que todo está bien.
Quiero dejar de corregirme y empezar a acompañarme.
Quiero dejar de empujar y empezar a confiar.
Que tu suavidad sea mi hogar. Amén.
¿Y tú? ¿Dónde podrías invitar hoy un poco más de suavidad en tu camino?
Gracias por acompañarme.
Feliz día.
Iciar

Commentaires