top of page
  • Foto del escritorIciar Piera

Mi mente alberga solo lo que pienso con Dios.

Este pensamiento aparece en el cuarto repaso del libro de ejercicios:


Cinco minutos que le dediques a este pensamiento serán suficientes para encauzar el día según las pautas que Dios ha fijado y para poner Su Mente a cargo de todos los pensamientos que has de recibir este día.

Cinco minutos.


No es mucho.


¿Quién no tiene cinco minutos para dedicar a este pensamiento?


Cinco minutos para preparar tu mente.


Cinco minutos para detener el pensamiento automático y retornar a la quietud de la mente recta.


Cinco minutos.


Esto me recuerda a un documental que vi el otro día en Amazon Prime.


Se titula "Camina conmigo".



Es un documental acerca del maestro zen Thich Nhat Hanh y el mindfulness.


Una de las prácticas zen que sale en el documental es que cada quince minutos suena una campana, y todos dejan lo que estén haciendo en ese momento. Se detienen por un instante. Hacen una pausa.


Cada quince minutos.

Se detienen por un instante.

Dejan lo que están haciendo.


Y vuelven al presente.


Es una forma de salir del comportamiento condicionado y automático, y retornar a este instante.


Y luego retomar la actividad desde este nuevo espacio.


Es como tomar un respiro del "yo", y volver al Yo.


Soltar el pasado. Limpiar la pizarra de la mente.


En el libro de ejercicios Jesús también nos está instruyendo a entrenar la mente haciendo descansos a lo largo del día para practicar el pensamiento de la lección diaria.


Nos tomamos un "receso" del piloto automático, y nos hacemos a un lado.


Cinco minutos no es mucho tiempo, y, sin embargo, si has hecho las prácticas del libro de ejercicios habrás observado que muchas veces no encontramos ese momento para parar y practicar la lección.


Vamos demasiado rápido. Inconscientes.


Todo parece más importante que ese parar, respirar, relajarse, y dejar espacio a la verdad.


No es casualidad que el primer paso del perdón sea precisamente ese "hacer una pausa".


Mantenernos alerta a esas pequeñas, y no tan pequeñas, contracciones que ponen de manifiesto que estamos ante una falta de perdón.


Parar, dejar de escuchar al ego, soltar su mano, es lo más difícil.


Cuando algo se detona en nosotros, cuando alguna memoria de dolor, rabia, sufrimiento se despierta, es el momento de soltar. Elegir de nuevo. Pedir ayuda. Practicar la lección del día.


Usar esa situación, como veíamos ayer, para llevar a cabo nuestra función.


Ese es el uso adecuado del tiempo. Usarlo con el propósito del perdón. Del despertar.


Hoy estaba esperando a mi madre y no llegaba. Pasaron cinco minutos, luego diez, quince, veinte, y no aparecía. Entonces empecé a notar impaciencia, malestar. Una pérdida de paz, como si alguien tirase de mí hacia abajo.


Una contradicción, acompañada de pensamientos de juicio, ataque, saliendo a la superficie.


En ese momento recordé el pensamiento con el que me había levantado hoy:


Mi mente alberga solo lo que pienso con Dios.


Respiré.


Y permití que ese pensamiento guiase mi mente a un lugar de calma y tranquilidad.


A un lugar fuera del tiempo.


Solo tuve que repetirlo un vez, pero en otras ocasiones quizás necesites repetir el pensamiento, sin premura, lentamente, varias veces.


Hasta que tu mente sea llevada a recordar cuál es Su Hogar.


Cinco minutos.


Eso es todo lo que se pide de nosotros.


Cinco minutos.


Al empezar el día tomarnos cinco minutos para practicar con este pensamiento:


Mi mente alberga solo lo que pienso con Dios.


Esa es mi propuesta hoy.


Empezar cada día practicando cinco minutos con este pensamiento:


Mi mente alberga solo lo que pienso con Dios.


Cinco minutos para recordar la verdad y preparar nuestra mente para el día.


Lo que pienso con Dios es paz, dicha y felicidad.


Cinco minutos.

Solo cinco minutos.


¿Te apuntas?


Feliz día.

Iciar.

56 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Inocencia

Publicar: Blog2 Post
bottom of page