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No hay enemigos externos

  • Foto del escritor: Iciar Piera
    Iciar Piera
  • 23 sept
  • 2 Min. de lectura

Nada, excepto mis propios pensamientos, me puede hacer daño.


Durante años tuve una vecina que ponía la televisión desde que se levantaba hasta que se acostaba, con las ventanas abiertas.


Yo, que amo el silencio, sentía que ese ruido se metía en mi casa, en mi cuerpo, en mi mente. Y no decía nada. Aguanté diez años así.


Un día, algo en mí dijo: “Hasta aquí hemos llegado.”


Empecé a hacer ruido yo también, a poner la radio, la música, incluso a golpear su puerta.


Y sí, funcionó: ahora valora el silencio. Pero algo en mí quedó inquieto.


¿Era esto verdadera paz?


Cuando leo la lección de hoy en Un Curso de Milagros —Nada, excepto mis propios pensamientos, me puede hacer daño— siento que Jesús me está diciendo:


El ruido no te hizo daño. Tus pensamientos sobre el ruido fueron los que dolieron.

Lo que me hirió no fue su televisión, sino mi interpretación:


“Ella no me respeta. No le importa mi descanso. Tengo que hacerle ver lo que yo sufrí.”


Y así me convertí en mi propia carcelera, reviviendo el pasado y manteniendo la guerra encendida en mi mente, incluso cuando ya no había ruido.


La lección me recuerda que mi poder está en la mente. Que mi sufrimiento termina en el momento en que decido ver esto de otra manera. Que elijo dejar de enseñar a través del dolor, incluso si eso significa renunciar a que “ella aprenda la lección”.


Cuando recuerdo esto, algo en mí se ablanda. Me pongo la mano en el pecho, cierro los ojos y sonrío. Y en ese instante vuelvo al Mundo Sencillo, donde todo es fácil, donde no necesito defenderme para sentirme a salvo.


La paz no depende de que mi vecina baje el volumen, sino de que yo baje el volumen de mi mente.


Feliz día.

Iciar

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