Hacer algo siempre involucra al cuerpo. Y si reconoces que "no tengo que hacer nada", habrás dejado de otorgarle valor al cuerpo en tu mente. He aquí la puerta abierta que te ahorra siglos de esfuerzo, pues a través de ella puedes escapar de inmediato, liberandote así del tiempo. Esa es la forma en que el pecado deja de ser atractivo en este mismo momento. Pues con ello se niega el tiempo, y, así el pasado y el futuro desaparecen. El que no tiene que hacer nada no tiene necesidad de tiempo. No hacer nada es descansar y crear un lugar dentro de ti donde la actividad del cuerpo cesa de exigir tu atención. A ese lugar llega el Espíritu Santo, y ahí mora. Permanecerá ahí cuando tu te olvides y las actividades del cuerpo vuelvan a abarrotar tu mente consciente.
Mas este lugar de reposo al que siempre puedes volver siempre estará ahí. Y serás más consciente de este tranquilo centro de la tormenta, que de toda su rugiente actividad. Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe. Pues desde este centro se te enseñará a utilizar el cuerpo impecablemente. Este centro, del que el cuerpo está ausente, es lo que hará que también esté ausente de tu conciencia.
Ese centro tranquilo es la mente recta.
Cuando estás en tu mente recta eres el soñador del sueño, no el hacedor.
El hacedor es el ego.
Así que cuando estás en tu mente recta eres un Observador de lo que el cuerpo hace, pero sin estar identificado con el cuerpo.
Observas el juego de la mente. Observas tus pensamientos. Observas al ego en acción.
Ese centro tranquilo no hace nada porque hacer algo siempre involucra al cuerpo.
El cuerpo seguirá moviéndose, los pensamientos seguirán surgiendo, pero tú no estarás involucrado con ellos.
El perdón es observar a la mente errónea desde la mente recta. Esto es junto al Espíritu Santo, a Jesús.
Esa es la visión de Cristo.
Ese centro tranquilo donde no haces nada.
Las actividades del cuerpo dejan de requerir tu atención, y el cuerpo será guiado de forma impecable.
Poner el cuerpo, el ego en manos del Espíritu Santo. Entregar el día para el propósito del despertar, es permanecer en ese centro de la tormenta donde la agitación no puede tocarte.
Es observar todo lo que sucede sin juicio. Dejar que todo sea como es.
Reconocer que tu no eres el hacedor, no eres los pensamientos que narran y te cuentan lo que parece acontecer. Eres el que escucha.
Eres el que se da cuenta de todo sin involucrarse, sin juzgar, categorizar, separar.
Desde ese centro tranquilo Observas (yo no he puesto la mayúscula, a pesar de haberlo corregido, es mayúscula 😉) tu vida, el movimiento del cuerpo, sin perder esa sonrisa interna.
Y si en algún momento te ves atraído por la tormenta, succionado por su energía, sólo tienes que recordar: "No tengo que hacer nada". Soltar la resistencia. Permitir que tu mente vuelva a ese centro tranquilo.
Sin esfuerzo.
Siempre sin esfuerzo.
Porque no puedes entrar al centro tranquilo peleando, tienes que rendirte.
Soltar el esfuerzo.
Relajar tu mente.
Descansar.
Feliz día.
Iciar
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