Soy la Luz del mundo

Esta afirmación no es arrogancia, aunque al ego le suene así. Es, de hecho, lo más humilde que puede decir una mente que empieza a recordar su verdadera naturaleza.

Cuando digo “soy la Luz del mundo”, no estoy diciendo que yo, la persona, sea especial. Estoy recordando que la Luz en mí y en todos es la misma. Que no hay jerarquías en la inocencia.

El ego quiere usar esta frase como una insignia, algo que eleva a unos por encima de otros. Pero Jesús nos enseña que ser la Luz del mundo es lo mismo que aceptar la responsabilidad de no atacar, de no defender, de no oscurecer.

Ser la Luz del mundo es ser indefensa, permitir que la Luz simplemente sea, sin tratar de protegerla ni demostrarla.

La Luz no necesita defensa, porque nada puede amenazar lo que Dios creó.

Solo el miedo fabrica oscuridad, y esa oscuridad es solo un velo: una idea equivocada que puede disolverse con un instante de perdón.

Cuando reconoces que eres la Luz, no tienes que hacer nada para iluminar.

Solo tienes que dejar de impedir que la Luz brille.

Y eso ocurre cuando sueltas el juicio, cuando eliges ver inocencia, cuando permites que la sonrisa aparezca.

La Luz no necesita esfuerzo.

Solo disponibilidad.

Solo el sí interior que dice:

"Padre, muéstrame cómo ver como Tú ves.”

Y entonces el mundo se vuelve más suave, más claro, más simple.

Descubres que no necesitas luchar con la oscuridad, porque nunca fue real.

Solo necesitabas recordar quién eres. 🌿

Feliz día.

Iciar